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«Grazia Deledda. lo que es y lo que representa para mí y, espero, para los cerdenos» por Giuseppe Cabizzosu

«Grazia Deledda. lo que es y lo que representa para mí y, espero, para los cerdenos» por Giuseppe Cabizzosu

Deledda, para nosotros los sardos, no es una escritora cualquiera: es la escritora. El escritor que ha superado los estrechos confines de nuestra isla y ha creado historias y personajes eternos, universales, sardos, por supuesto, profundamente, íntimamente, visceralmente sardos pero con una fuerza, una pasión y un sentimiento que va más allá y va mucho más allá de la rasgos sociales y culturales distintivos de los isleños. Sus personajes son ciertamente sardos, y ciertamente en eso reside su grandeza, pero fácilmente pueden ser rusos, americanos, asiáticos, africanos; pueden y son, en una palabra, humanos, es decir, pertenecen a la humanidad como tal.

Sobre Deledda todo está dicho y escrito. Los estudios cuidadosos y los análisis en profundidad de los principales críticos y estudiosos de la literatura mundial se han centrado en ella.

Hablar de ella corre, pues, el riesgo de la banalidad, de la obviedad, de repetir cosas ya analizadas y mejor descritas por otros. Pero me arriesgaré y centraré mi pequeña contribución en el valor social y humano que el gran escritor realista y decadente tiene, en mi opinión, para la Cerdeña y los sardos de hoy; por los sardos que viven en Cerdeña y por los que, obligados a vivir en otra parte, han dejado su corazón en esta tierra maravillosa y amarga. Para mí y, como yo, creo, muchos sardos que han decidido quedarse en su tierra natal, Deledda no es solo una ganadora del Premio Nobel, es un símbolo. Una mujer que, como mujer, en la cultura dominada por los hombres del siglo XIX, supo estudiar de forma autodidacta, salir de esas ataduras y condicionamientos sociales que de alguna manera relegaban a la mujer al ámbito doméstico para dedicarse, contra la voluntad de todos, a a un oficio considerado fusilero, superficial y, especialmente para una mujer, casi indecoroso desde el punto de vista moral. Una mujer que tuvo la fuerza y ​​el coraje de analizar los pliegues más recónditos y recónditos de la psicología humana ahora en decadencia de un mundo, el pastoril, basado en la inmutabilidad de sus certezas, que chocaba con su futuro, constituido por un mundo emergente. burguesía comercial e intelectual, y no quería aceptarlo.

Deledda, mujer, y además sarda, era heredera de una milenaria tradición femenina. Deledda, mujer, y además sarda, era heredera de una milenaria tradición femenina. De fuertes sentimientos, incubados durante años y gritados por dentro pero sofocados a duras penas en el recinto de los muros domésticos o en el recinto de los pastores, en conformidad y en la tradición de eterna inmutabilidad de la que parecía imposible salir. Diseñados por nacimiento exclusivamente para el cuidado de la familia, acostumbrados a ver, durante siglos, condensar y reducir su mundo y su universo sólo dentro del hogar. En ella veo la imagen de una joven que, a finales del siglo XIX, se estremeció y poseyó en sí misma un fuego que, sobre todo en los primeros años, por más que lo intentó, no pudo ocultar, disimular. la apariencia de circunstancia que les impone la tradición. Quizá ya sentía dentro de sí mismo las solicitaciones que venían de fuera, las reivindicaciones de igualdad de las sufragistas inglesas pero, dentro de la realidad provinciana y cerrada de Nuoro de aquellos años, no tenía alternativas. No pudo evitar sucumbir o trasladar a la literatura sus sueños, aspiraciones e impulsos. Creando y elaborando dentro de su fértil creatividad la redención social y cultural que la mujer venía reclamando desde hacía siglos y que, también a través de su voz, se manifestaba en el nuevo milenio. Creo que fue una lucha personal muy dura, un ascenso laborioso por la cuesta de siglos de sumisión, de silencios, duros, largos y sufridos por la conquista de una nueva conciencia y la toma de conciencia de la propia autonomía. También tuvo que salir de la isla, abandonar su Nuoro.

Amada y odiada, y con tanta intensidad dicotómica siempre fue correspondida por sus conciudadanos. Podía elegir el zaguán, encerrarse en su turris de marfil literario, cultivar y trasladar su conquistada dignidad relegándola a bellas páginas romanas. Tal vez escribiendo novelas de amor o de divagaciones como tantas se escribieron en esos años. ¡Pero ella no! Decidió escribir y analizar el mismo mundo del que laboriosamente había logrado emerger. Decidió escribir sobre su Cerdeña. Exponer las debilidades, los dramas interiores, el atraso y la miseria humana y social de su isla. Con sensibilidad de mujer supo captar las pasiones, las faltas, los conflictos de una época que se proyectaba en el choque generacional entre padres e hijos. Las angustias humanas y sociales de toda una cultura y, habiéndose elevado ella misma por encima de esas mismas tensiones, supo captar con claridad sus expectativas.

Pero, sobre todo, supo encontrar en ellos la justificación y la fuerza para un análisis verdadero, duro y despiadado, si se quiere, pero también lleno de amor, pasión y deseo de redención que representa el regalo más hermoso que esta mujercita ha hecho a los sardos de todos los tiempos. No cedan a la desesperación, no se dejen vencer por el deseo de rendirse, de rendirse, de huir, de buscar en otros lugares realidades más avanzadas donde vivir y encajar ignorando y negando sus orígenes y su historia, pero sabiendo siempre y vivir la propia realidad, tal vez pequeña, dura y cruel, a veces atrasada, problemática, a menudo difícil pero que sólo quien la vive plenamente puede comprenderla plenamente, apreciarla, amarla y luchar por mejorarla. La Deledda para mí es esto: la fuerza para mirar hacia adentro y el coraje para mejorar uno mismo y la propia tierra.

Y esto se aplica a los sardos en su tierra natal pero también, y quizás sobre todo, a los emigrantes sardos que tienen la fuerza y ​​la dignidad de no olvidar, de sentirse sardos incluso fuera de Cerdeña, más aún fuera de la isla, porque aún más harta es la tentación. , en el exterior, para romper esos lazos que nos hacen, una y otra vez, un pueblo único que ama su tierra y sufre profundamente por ella. Y, por dura y amarga que sea, siente que es suya y sólo él tiene la tarea, creo el deber, de sostenerla, promoverla y mejorarla. Espero ser digno de este regalo. Y este es el deseo que, de todo corazón, siento que puedo dar a los sardos de todo el mundo.

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